Este es un excelente artículo del blog del compañero animalista Julio Ortega Fraile
Está visto que colaborar activamente en la lucha contra el maltrato a los animales es ganarse la etiqueta de “rarito”. Y no me refiero a que te la coloquen los que cazan, los que alancean un toro en Tordesillas, los que lo abrasan en Medinaceli, aquellos que despellejan visones o los que hacinan gallinas ponedoras en una granja; esos tienen otros epítetos para los animalistas: sectarios, terroristas, drogadictos, hasta el de “comunista” he llegado a escuchar. Les falta el de “masón” para parecerse a un cazador, pescador y firmante de penas de muerte que yo me sé. Digamos que su lenguaje, como vehículo de sus pensamientos, es el propio de individuos bastante ariscos e insociables y que cuando hablan es como cuando disparan, ahorcan, ensartan la lanza o muelen a palos a un animal: un derroche de violencia parejo a una falta absoluta de ética y de civismo.
La cuestión es que hay personas que si bien no se preocupan en absoluto por el sufrimiento al que los animales se encuentran sometidos en este País, tampoco contribuyen al mismo al menos de forma activa, lo que no quiere decir que no consuman productos cuya obtención, haya supuesto el padecimiento y la muerte de estas criaturas o que no participen en actividades generadoras de maltrato animal, como circos o zoológicos. Pues bien, estos digamos “indiferentes”, son los que en su mayoría, catalogan de excéntricos a los animalistas y los contemplan como una especie de iluminados que habitan en otra dimensión y cuyas reivindicaciones les suenan delirios de lunáticos.
Yo me pregunto si estas personas se han parado a analizar qué es realmente el movimiento animalista y cuáles son las premisas en las que se basa, o simplemente se están dejando llevar por costumbres adquiridas durante milenios y son producto de una educación que en ocasiones, aliena más que dota del talento para reflexionar con espíritu crítico acerca de nuestra existencia y la de todo aquello que nos rodea.
Una chica puede pasearse con el tanga por la casa del “Gran Hermano” que antes o después, se creará su club de fans y será invitada a diversos programas de televisión. Pero si a otra se le ocurre tumbarse frente a una plaza de toros en ropa interior y con unas banderillas ensangrentadas a la espalda, será una de esas “chaladas” que están en contra de las corridas. ¿Y eso por qué ocurre?, pues porque en esta Sociedad domesticada y con una capacidad para el análisis bastante abotargada, todo vale mientras no vaya contra el Sistema y sobre todo, si no afecta a nuestros intereses, y cuando me refiero a éstos es porque no se tiene en cuenta más que el perjuicio propio, por ridículo que sea, sin pensar en las consecuencias, a veces mortales, que para otros pueda implicar nuestro “bienestar”.
Decir que no a la caza deportiva, a los festejos taurinos, a la industria de la peletería, a las granjas intensivas o a los circos con animales, es darse de bruces con leyes que amparan esas actividades por lo tanto, pedir su desaparición, es convertirse en un elemento incómodo para una estructura social consolidada que teme los cambios, ya que éstos pueden alterar un orden establecido que es la base de la autoridad a la que estamos sometidos. Por eso a Usted le toleran actuar “libremente” siempre y cuando no se atreva a poner en duda la legalidad vigente. “Os permitimos que abráis protectoras con vuestros medios, pero no se os ocurra exigir que los ayuntamientos dejemos de sacrificar perros”. Es un ejemplo de esta política colmada de desafueros sociales y morales.
Y luego tenemos a los ciudadanos, tan modernos, tan progresistas y civilizados. Siempre dispuestos a colaborar con unos euros en una ONG, a reciclar la basura o a llorar viendo Bambi con sus hijos. Pero cuidado, que a nadie se le pase por la cabeza privarles de los encierros, impedirles contemplar a José Tomás en una de sus artísticas faenas sangrientas, quitarles de la estantería del Hipermercado los huevos cuyo código empieza por 2 ó 3, despojarles de la licencia de caza o decirles que no se coman en un restaurante una langosta que han cortado viva. La solidaridad está muy bien mientras ellos no hayan de variar ni un ápice sus gustos o costumbres. Por eso, cuando ven a unos cientos de personas con pancartas que hablan de la “Liberación Animal”, lo primero que se les ocurre pensar es: “ya están haciendo de las suyas esa pandilla de perturbados y radicales que nos quieren quitar lo que siempre ha sido así”.
“Lo que siempre ha sido así...”. He ahí una definición del egoísmo cuando esa expresión equivale a decir: “No aceptaré ningún cambio que pueda afectarme lo más mínimo”. Y esa es la verdadera fuerza de los que son crueles de tantas formas con los animales, que no está tanto en su conducta criminal – crimen al menos moral, ya que todavía no lo es legalmente - sino en la indiferencia cómplice de los que sin torturar, contribuyen a la tortura, y sin matar son colaboradores en esas muertes. Por muchos que sean, que tampoco son tantos, los verdaderos causantes del padecimiento extremo y del “asesinato” de animales, nada podrían hacer si el resto de los ciudadanos se declarasen en contra de estas prácticas espantosas con seres vivos. El silencio es una complicidad muy efectiva.
Pero entre la violencia de unos y el egoísmo de otros, entre los intereses de los primeros y la comodidad de los segundos, el resultado es que siguen muriendo cada día millones de animales en una sangría que no tiene comparación con ninguna otra. No existe en ámbito alguno sufrimiento que exceda en número de víctimas al que padecen los animales. Y por favor, que no venga ninguno de los del primer párrafo o del segundo, diciéndome ahora que de mi frase se deduce que no me importa el dolor en el hombre. Ese argumento tan corrompido como aquellos que lo emplean, es una más de las falacias indignas con las que tratan de desacreditar al movimiento animalista, a cuyos miembros, por cierto, les suele preocupar y mucho el padecimiento humano, tal vez a diferencia de la mayoría de los que utilizan contra ellos precisamente esa acusación, que por importarles, se importan tan sólo ellos mismos.
Lograr que usos y costumbres aceptadas y empleadas durante siglos desaparezcan es una labor titánica y muy lenta, porque el ser humano, a pesar de su condición de gregario, tiende a aislarse en lo que se refiere a cuestiones de empatía con el dolor ajeno. Somos una comunidad inmensa con problemas compartidos pero nuestra concepción de los mismos es individualista, he ahí el arma de los causantes del sometimiento de tantos seres vivos, y si esa es nuestra actitud cuando se trata de animales humanos, qué no será cuando los afectados carecen de racionalidad: pues que pasamos incluso a desempeñar, y muy gustosos, el papel de opresores y de verdugos. La revancha por nuestra propia debilidad, la solemos descargar contra aquellos que padecen mayor indefensión todavía que nosotros.
Hoy somos una especie de terroristas para algunos y una suerte de orates para otros. Algún día, nuestras exigencias de ahora, serán ley y pasaremos de ocupar el papel de villanos, al de abanderados de una causa justa. Pero mientras tanto, millones de ciudadanos coadyuvan a esta lacra vergonzosa del maltrato a los animales, unos por acción, otros por omisión y la Administración, como siempre, viendo qué chaqueta se pone para gustar más a la afición y recibir el aplauso electoral.
Me gustaría que todas esas personas que tienen un perro, un gato, un canario o un caballo, se imaginasen a su “compañero” siendo ahorcado, ahogado, reventado a perdigonazos o con una tranca permanentemente aferrada a su pata, seguro que en la mayoría de los casos se les revolverían las entrañas y lucharían contra semejante crueldad. Pues ahora, que me expliquen la diferencia entre su “amigo irracional” y todos los perros de cazadores, jabalíes, zorros, visones, gallinas, toros, caballos, ocas o palomas que mueren entre terribles sufrimientos mientras ellos, no hacen nada por evitarlo. Y es que poco tiene que ver el dolor si es mi hijo el que lo padece, con el de un niño palestino, ¿verdad?, pues algo parecido ocurre con los animales, que mientras a mi perro no lo toquen, da igual que en la perrera que hay a quinientos metros de mi casa, los sacrifiquen a la semana de ser capturados o que le atraviesen con acero los pulmones a seis toros en la plaza que hay a un kilómetro. Y los que protestan contra eso son peligrosos extremistas o simples majaretas, dependiendo de mi grado de afición a la tauromaquia. Entre crueldades, cobardías y egoísmos, chapoteamos cada día en un mar de sangre ajena.
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3 comentarios:
Gracias Compañera por "colgar" mi escrito en tu Blog. Me causa una inmensa alegría ir descubriendo a personas que como tú, están implicadas en esta lucha de un modo tan eficiente.
Espero que nos veamos en Tordesillas y Valladolid.
Salud Nayara.
Julio Ortega Fraile
Es un honor :)
Sé que llego tarde para comentar... pero es genial!
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